No hay política sin relato. Eso es un hecho. Y a pesar de que se crea que las nuevas formas de comunicación política la desfiguren; la reduzcan a solo un producto, el relato político es la forma, tal vez la única, en la que podamos entenderla. Cada quien a su manera por supuesto. Desde el marco de donde se mire.

El relato facilita el entendimiento de las cosas. Las conversaciones diarias están cargadas de esta figura narrativa. En la política, de acuerdo al asesor de comunicación, Antoni Gutiérrez-Rubí existe “la necesidad de una política del relato (que interprete, que le de sentido a la realidad y que convierta en comunicación un proyecto político) es una nueva oportunidad para la humanización de la política en el siglo XXI”.

Para los directores del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, Dra. Virginia García Beaudoux y Dr. Orlando D’Adamo, “un relato político ya establecido otorga sentido y una nueva significación a los actos de gobierno; a los más trascendentes y también a los cotidianos. Es un prisma ideológico, que orientado a través de los medios de comunicación consolida un discurso político dominante”.

Dentro de la estructura narrativa del relato, es necesario que exista un narrador, quien se encarga de dar una interpretación sobre el mundo (ficticio o real). Un intermediario entre el público y los hechos.

El narrador (el político, líder) debe tener un relato. Especialmente en tiempos de escasez de motivaciones, identificaciones y compromiso. Más aun cuando nada de esto parece importarle a alguien. Por esto, será fundamental que el líder político se convierta en protagonista de su propio relato.

Sin embargo, cada vez son más los políticos convertidos narradores omniscientes; que relatan todo como si lo estuvieran mirando desde afuera. Saben todo; conocen a los personajes, pero no se involucran.

El narrador omnisciente es autoritario; no puede ser contradicho por la historia y los personajes. No asume responsabilidades ni es parte de la historia, pero la direcciona a su antojo. Por lo que el espectador siempre verá todo desde la óptica de este.  Su principal característica es que narra en tercera persona lo que los personajes ven, oyen, piensan y sienten.

Hablar en tercera persona tiene algunos beneficios. En un estudio publicado en la revista Nature en julio de 2017, científicos de la Universidad Estatal de Michigan y de la Universidad de Michigan, encontraron que hablar con uno mismo en silencio y en tercera persona, puede ayudar a controlar las emociones sin tener que esforzarse mucho.

Hablarnos en tercera persona, nos hace “distanciarnos” de nosotros mismos en una situación estresante. En palabras de Jason Moser, profesor asociado de psicología en la Universidad Estatal de Michigan “eso le ayuda a la gente a distanciarse un poco de sus experiencias psicológicas, lo cual muchas veces es útil para regular emociones. Más o menos como cuando eres más comprensivo cuando hablas de los problemas de tus amigos que de los que hay en tu cabeza”.

El término en inglés que define el efecto de hablar de sí mismo en tercera persona es “Illeism” (ileísmo si se quiere), y ha sido utilizado por políticos, deportistas entre otras personalidades.

Referirse sobre ellos en tercera persona los hace verse como personas confiadas de sí mismas. Como marcas y en cierta forma, en un estatus superior. Aunque también surge en el otro extremo de la dinámica de poder, en el discurso de los bufones y serviles, como una manera de rebajarse a un estatus inferior.

Y como en la literatura, el narrador omnisciente se distancia del relato al narrarlo en tercera persona; en comunicación política ocurre lo mismo. El abuso en el uso de la tercera persona por parte del líder crea una disociación entre este y el tema al cual se refiere. Y principalmente, una disociación entre el líder el ciudadano.

El mundo de hoy necesita de una narrativa política en primera persona. De líderes que sean narradores y protagonistas; que asuman riesgos y responsabilidades. Que no desvíen todo al “él” o “ella” y que se enfoque en el “nosotros”.

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