En ocasión de su visita a Panamá para la instalación de la Comisión Nacional de Reformas Electorales, el ex vicepresidente de Colombia, Humberto de la Calle, manifestó que “hay un entorno que no coincide con la estructura institucional… La clásica democracia representativa no ha podido adaptarse aún. Estamos en un momento de transición para encontrar formas más incluyentes de política. No podemos cerrarle el paso al cambio”.

Es a partir de este “momento de transición” y de la adaptación que debe tener la democracia representativa mencionado por De La Calle (y en acuerdo con él), donde inicia el debate teórico y político sobre el camino y el futuro de la democracia, entendiéndola desde las elecciones y el sistema electoral; y que, aunque parezcan agotados, siguen siendo la forma “más democrática” de vivir en democracia.

En el libro Teoría de la Democracia, el politólogo italiano Giovanni Sartori señalaba que “aunque las elecciones y la representación son los instrumentos necesarios de una democracia a gran escala son también su talón de Aquiles. Quien delega el poder puede también perderlo; las elecciones son necesariamente libres; y la representación no es necesariamente genuina. ¿Cuáles son los remedios y la salvaguarda a tales eventualidades?”

Se ha hecho costumbre que después de la elección y la declaración de resultados, se cuestionen los sistemas de elección. No importa cuál. Especialmente en los países en donde existen sistemas de representación proporcional.

A pesar que estos sistemas intentan reducir las disparidades entre el porcentaje de la votación nacional obtenida por un partido y los escaños parlamentarios, existe la creencia de que son injustos porque se le asignan escaños a candidatos que obtienen menos votos que otros (la elección por mayoría favorecería aún más la desproporcionalidad), lo que ocasiona que el problema de la representación se profundice mucho más.

Este entendimiento del sistema electoral, aunque posiblemente el más simplista, tiene valor en cuanto a cómo el ciudadano percibe y entiende la democracia, en donde todos debemos estar en igualdad de condiciones. Sin embargo, es mucho más complejo de lo que parece.

En 1950, el economista Kenneth Arrow publicaba su tesis doctoral “Social choice and individual values” en donde establecía lo que se denominaría después la paradoja de Arrow o el teorema de imposibilidad de la democracia, que establece que cuando los votantes tienen tres o más alternativas, no es posible diseñar un sistema de votación que permita reflejar las preferencias de los individuos en una preferencia global de la comunidad.

La paradoja de Arrow es uno de los tantos defectos encontrados en los sistemas votación. El también economista Jerry S. Kelly en su libro Social Choice Theory contó al menos 356 teoremas que explican por qué los sistemas de elección son imperfectos.

Entonces, ¿Cuáles son los remedios y la salvaguarda a tales eventualidades, cuando lo que parece que lo que más peligra es el vínculo entre elecciones y calidad democrática?

Algunos autores han propuesto el sorteo como método de elección, pero que no ha prosperado más allá de ser una forma de participación. Sin embargo, y más recientemente, se ha propuesto el votación cuadrática como un método que “modera” por sí mismo las preferencias de los votantes, sin intermediación de representantes.

La votación cuadrática fue creada por el profesor Steven Lalley de la Universidad de Chicago y Glen Weyl, director de tecnología de Microsoft con el objetivo de juzgar si las preferencias de las minorías tenían peso significativo en comparación con las preferencias más débiles de la mayoría.

Se basa sobre principios de mercado donde cada votante está dotado de un presupuesto (tokens) para gastar en cada una de las opciones de su interés, teniendo la oportunidad de votar la cantidad de veces que su presupuesto le permita por la propuesta o candidato de su preferencia y donde el costo de cada voto es el resultado de elevar al cuadrado la cantidad de votos que quiere otorgar.

Es decir, que, si un votante tiene 16 créditos, puede aplicar 1 crédito a cada uno de los 16 temas o candidatos. Pero si el votante tiene un sentimiento más fuerte sobre un tema, puede asignar 4 votos a un costo de 16 tokens utilizando de esa manera todo su presupuesto.

Este sistema fue utilizado en abril de 2019 por el Comité Demócrata de la Cámara de Representantes de Colorado, para decidir sobre sus prioridades legislativas por los próximos dos años, donde la propuesta ganadora fue el proyecto de ley de igualdad de remuneración por igual trabajo con un total de 60 votos.

Ninguno de ellos utilizó los 100 tokens en un solo proyecto de ley de los 107 sometidos a votación obteniendo una decisión certera y honesta (con ellos mismos) sobre qué proyectos eran los más importantes.

También en abril, el gobierno de Taiwán utilizó la votación cuadrática donde los ciudadanos pudieron elegir al ganador del Presidential Hackaton, proyecto de participación que permite a los ciudadanos conocer y elegir los proyectos más importantes de innovación social. Luego, en septiembre, el ala alemana del Partido Volt, utilizó también la votación cuadrática para para que sus miembros decidieran sobre cuáles eran los temas prioritarios que debían ser incluidos en el manifiesto del partido.

La votación cuadrática es apenas una propuesta incipiente aplicable mediante cadena de bloques o blockchain, por lo que hasta el momento los problemas encontrados han sido en cuanto a la aplicación desde la tecnología. No se han contemplado variables desde la ciencia política o sociología, por ejemplo. Pero que, sin temor a la duda, serán muchos.

Pero es una respuesta al gradual descenso de las viejas formas de hacer política; al debilitamiento de los partidos políticos y a la propia transformación social que vivimos, por tanto, no debemos desestimar dentro del análisis de los sistemas electorales.

Y es que es una noción general la idea de que se está reformulando constantemente la relación entre partidos y ciudadanos. Y aunque la democracia es el sistema preferido sobre otros, coexiste con una creciente desafección ciudadana. Por lo que el verdadero reto será superar la brecha entre las instituciones políticas y ciudadanos transformando así el déficit de legitimidad existente.

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