Lo que se esperaba fuera un desastre como el del año 2010, no resultó tan malo después de todo. Mark Zuckerberg aprendió a dar entrevistas. Y no cualquiera. Esta vez ante el Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.

La última vez que Zuckerberg había sido tan presionado en una entrevista, fue en junio del 2010 por razón de encuentro anual de tecnología D: All Things Digital Conference, mejor conocida como D Conference, creado y organizado por los periodistas digitales del Wall Street Journal, Walt Mossberg y Kara Swisher. Por aquí han pasado personalidades como Bill Gates, Steve Jobs y Jeff Bezos por mencionar a unos cuantos.

Sin importarle nada su imagen, vestía un abrigo con capucha, jeans y zapatillas deportivas, cuando se le preguntó sobre las políticas de privacidad se notó incomodo y comenzó a sudar excesivamente frente al público. Nunca pudo salir de esta situación, solo hasta que terminó la entrevista.

Han pasado casi 8 años desde esa entrevista y desde que empezó a importarle su imagen. Un CEO de una empresa tan grande como la suya, no podía permitirse tener faltas como esta. Y así lo demostró durante 2 días, ante la que tal vez sea la mas difícil de sus entrevistas. El Congreso de los Estados Unidos es la representación de los ciudadanos. No solo de los 87 millones a los que se les violó la privacidad y que la empresa de consultoría Cambridge Analytica usará para darle la victoria a Donald Trump en el 2016.

“Fue mi error y lo siento. Yo comencé Facebook, yo la administro, y soy responsable por lo ocurrido” parece ser el arrepentimiento de un niño regañado por portarse mal pero que sabemos lo volverá a hacer.

No pareció entender bien la relevancia de todo esto hasta que el Senador por el Estado de Illinois Dick Durbin le preguntó, “señor Zuckerberg, ¿se sentiría cómo compartiendo con nosotros el nombre del hotel donde se hospedó anoche?”. Con duda y una mirada de pánico al no saber a qué venía todo esto responde con un incómodo “no”, y el público estalla en risa.

Siguiendo con el interrogatorio, Durbin continúa, “si ha intercambiado mensajes con alguien esta semana, ¿compartiría con nosotros los nombres de las personas con las que lo ha hecho?”. Esta vez, un poco más seguro de sí mismo, tal vez entendiendo mejor de qué trataba todo responde “no Senador, probablemente no compartiría públicamente eso aquí”.

Con estas dos sencillas preguntas Durbin lo explicó todo. “Creo que de esto se trata todo… su derecho a la privacidad. Los límites de su derecho a la privacidad”.

Sin embargo, todo esto trata de datos, de su utilización, los fines para los que se usaron y de la falta de due dilligence. Por ejemplo, en el condado de Dade en Florida, analistas descubrieron que las mujeres menores de 35 años estaban indecisas en su voto. También descubrieron a través de Facebook, que a esas mujeres les gustaban las series “The Walking Dead” y “Sons of Anarchy” y atacaban con publicidad directa a este segmento.

Esto no lo hizo Cambridge Analytica para la campaña de Trump. Esta información fue recopilada y procesada por el equipo de analistas de Barack Obama para las elecciones de 2012 y, al contrario, fue aplaudido y celebrado por muchos.

Desde hace varios años, el uso de datos se ha ido consolidando en muchos sectores, incluido la política. El Big Data ayuda a interpretar mejor al electorado, mejora la comunicación y personaliza el mensaje. El problema parece ser quién los usa, para qué y cómo.

En una reciente encuesta de YouGov para The Open Data Institute el 94% dice que la confianza en la organización es lo mas importante para decidir si comparten información o no. Un 33% dice que si la organización explicara para que se usará la información compartirían información sobre ellos.

Se trata entonces de confianza también, y de todo, es lo más difícil de recuperar.

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