El recuerdo de las elecciones del 5 de mayo aún está fresco para muchos, y ya estamos en los primeros 100 días del gobierno del “nuevo” presidente.
En una elección donde lo más claro fue el rechazo al gobierno de turno y a su partido; el rechazo a prácticas “extralegislativas” de diputados y diputadas y a unos resultados presidenciales estrechos; difícilmente podemos ver con claridad si las expectativas hacia el nuevo presidente eran altas o bajas.
Aún después de 100 días, el panorama sigue incierto. Especialmente cuando el foco de atención no ha sido el presidente ni su gestión.
Cuando Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia de los EE.UU., el 4 de marzo de 1933, más de 10,000 bancos habían quebrado tras el colapso del mercado de valores en 1929. La cuarta parte de los trabajadores del país estaba sin empleo y la gente luchaba por migajas de comida. Era tal vez la hora más oscura de la Gran Depresión.
Roosevelt inmediatamente pasó de las palabras a la acción, por lo que propuso un ambicioso paquete de reformas legislativas y administrativas a las que denominó New Deal, las cuales fueron aprobadas y dieron un giro a la política económica que significaría el rescate del país. Lo cual sirvió para catapultar al presidente como uno de los más populares y exitosos de todos los tiempos en EE.UU.
Desde entonces, los primeros 100 días de gobierno han sido una referencia para medir al nuevo gobierno. Son días de tregua que da el ciudadano. Y por el lado de gobierno, son los días necesarios para “acomodar” las fichas del tablero de juego.
100 días de relativa calma, espera y paciencia. Aunque esto cada vez sea más escaso. Sobre todo, para la política. Las exigencias son muchas (y dispersas) y llevan endosadas la inmediatez en la solución. Si no es rápido no funciona.
Durante los primeros 100 días crece la efervescencia social, la movilización política partidaria y el reordenamiento de las clases dirigentes alrededor de un nuevo liderazgo. Este nuevo liderazgo debe dar un nuevo sentido a los problemas que heredó, y así, podrá ser evaluado en el contexto de los nuevos que tendrá.
Son días donde el discurso importa mucho y cómo desde la construcción discursiva del liderazgo se aprovecha la capacidad de gestión en función del objetivo político específico. Esto implica también, pasar de las palabras a la acción. El discurso requiere de un relato que le otorgue coherencia y que convierta la promesa en un proceso.
Y el proceso necesita consenso. Sin eso, los 1,725 días restantes serán muy cortos para corregir el rumbo.